Gallardón no es un paleta. Él es un Faraón. Su rollo no es el cemento, el polvo y la piqueta. Donde se siente a gusto es con las tijeras y la cinta inaugural; con la maqueta y la vídeo proyección.
A Gallardón le molan las grandes obras, los grandes fastos. Lo suyo es la Calle 30 y los Juegos Olímpicos. Pero de sus proyectos se desentiende una vez se inician. La belleza de sus obras es que son proyectos inacabados. La remodelación de la M-30, pongamos por caso.
Todavía recordamos a los operarios trabajando a todo meter, día y noche, para abrir los túneles de la M-30 antes de las últimas elecciones municipales, y a Miguel Sebastián denunciando las deficiencias producto de las prisas.
Y se llegó a tiempo. Vaya si se llegó. Un año y pico llevan los coches paseando por la Calle 30.
Los túneles sí. La circulación, bien. Ahora, de la cubierta, no me hablen. De las zonas verdes, de la playa de Madrid, de los puentes sobre el Manzanares, de la recuperación del río, de la construcción de espacios deportivos, de las zonas para peatones... Eso ni lo mente.
Un año esperando la finalización de la obra y no hay señales de avance. El río que ya ni lo es. La cubierta, un secarral, lleno de hierbajos, de escombros, de restos de obra. Zonas verdes, por ningún sitio. Casetas de obra, tuberías, zanjas, arena...
Tendremos que esperar tres años más. Vamos, hasta las próximas elecciones municipales. Es lo que hay.
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